Gatos, arte y algo más

Calculan los expertos que el gato fue domesticado por el hombre hacia 7500 antes de Cristo. Desde entonces ha pasado de ser dios —Bastet, la diosa de la fertilidad de los egipcios— hasta estrella de los videos en redes sociales. Desmond Morris, investigador del comportamiento animal, lo describía como un ser que lleva una doble vida:

“En casa es un minino crecido que mira imperturbable a sus amos. Pero cuando se va de juerga es todo un adulto, es su propio jefe y hasta una criatura salvaje, de vida libre, avispado y autosuficiente, entonces sus protectores humanos quedan por completo en el olvido.”

Los gatos pueden ser mucho más que una mascota: en 2011, una mujer de 94 años le heredó a Tomasso, su gato negro de 4 años, una fortuna de casi 10 millones de euros. En su testamento estipulaba que la comodidad y bienestar del gato debían estar aseguradas de forma permanente.

Muchos escritores se han declarado amantes de los felinos: Carlos Monsiváis tenía más de 20, el gato blanco de Jorge Luis Borges se llamaba Beppo, mientras que Julio Cortázar le puso a su gato parisino Theodor W. Adorno. Haruki Murakami tiene al menos una docena, Charles Bukowski quería reencarnar en gato, Mark Twain era defensor de la inteligencia gatuna, a Jean-Paul Sartre le gustaba acariciaba a su gata Nada mientras escribía y Herman Hesse disfrutaba sus ratos de ocio persiguiendo a un gatito.

Por su parte, los artistas plásticos han hecho una enorme contribución al universo gatuno al ofrecernos obras impresionantes que nos muestran a estos adorados animales en todas sus facetas. He aquí algunas muestras de ello:

Gatos antropomórficos en La despedida de soltero, Luois Wain, ca. 1939.

Wain (1860-1939) fue uno de los ilustradores ingleses más populares. Sobre él, H.G. Wells dijo que “inventó un estilo felino, una sociedad felina, todo un mundo felino”. Fue una autoridad en todo lo relacionado con los gatos: presidente del National Cat Club, juez de concursos de gatos y miembro de organizaciones benéficas de animales. Trabajó durante casi 30 años, a veces produciendo hasta varios cientos de dibujos al año, que fascinan a los amantes de los gatos y el arte hasta el día de hoy.

Gato de ensueño en La poeta, Marc Chagall, 1949-50.

Pionero del modernismo, Marc Chagall (1887-1985) experimentó la “edad de oro” del modernismo en París, donde sintetizó las formas de arte del cubismo, el simbolismo, el fauvismo y el surrealismo. Los gatos a menudo ayudaron a enfatizar el carácter fantástico de sus pinturas y desempeñaron un papel importante en muchas de ellas. Suelen ser los compañeros de las figuras que pintó: poetas, músicos o mujeres, como vemos en esta pintura.

Gato cazador en Gato cazando un pájaro, Picasso, 1939.

 

Picasso (1881-1973) contaba acerca de esta pintura que “el tema me obsesionaba, no sé por qué”. A pesar de su crueldad, es una imagen de la vida cotidiana ampliada a proporciones apocalípticas. El gato pospone la matanza del ave tanto tiempo como sea posible; cuanto más lo hace, más tiempo tiene el poder absoluto.

Gato satisfecho en El gato negro, Min Zhen, siglo XVIII.

¡Es un gato tan gordo y feliz! Min Zhen (1730-1788) fue un pintor y tallador de sellos chino nacido en Nanchang, Jiangxi, que pasó la mayor parte de su vida en la ciudad china de Hubei. Se destacó por pintar figuras humanas y ocasionalmente pintar con los dedos. Quedó huérfano a una edad temprana y a veces se lo asocia con los ocho excéntricos de Yangzhou.

Minino juguetón en Gato jugando, Henriëtte Ronner-Knip, 1860.

Henriëtte Ronner-Knip (1821-1909) nació en Amsterdam en una familia de pintores. Es conocida por sus pinturas de mascotas domésticas, principalmente gatos. Sus obras rara vez ofrecen un significado metafórico y se centran solo en los gatos mismos, a los que estudió con avidez y sinceridad. Incluso llegó a construir un estudio con fachada de vidrio para poder ver a sus gatos corretear libremente, dormir y meterse en problemas en los que solo los gatos pueden meterse.

Gatito feliz en Julie Manet o Niña con gato, Auguste Renoir, 1887.

Berthe Morisot y su marido Eugène Manet —hermano de Édouard, el pintor—, conocían a Renoir (1841-1919) desde hacía muchos años. Su admiración por el talento del pintor los convenció de encargarle un retrato de su hija Julie. El gato es solo una adición, ¡pero es tan dulce! Seguro está ronroneando, sin mencionar que se ve mucho más feliz que Julie.

Gato consentido en La comida del gato, Marguerite Gérard, finales siglo XVIII.

Marguerite Gérard (1761-1837) fue famosa por sus pinturas al óleo y grabados. Como artista de género, se centró en retratar escenas de la vida doméstica. Sin embargo, a diferencia de otras pintoras a las que les gustaba referirse a la antigüedad clásica, ella solía utilizar trajes y escenarios de varios siglos atrás. Muchas de sus pinturas ilustran las experiencias de la maternidad y la infancia dentro del hogar, y varias enfatizan la importancia de la música y el compañerismo femenino. El compañerismo felino es igualmente importante, como podemos ver en este cuadro.

Gato distorsionado, en El gato blanco, Pierre Bonnard, 1894.

Bonnard (1867-1947) utilizó la distorsión para crear una imagen humorística de este gato arqueando la espalda. El pintor pasó mucho tiempo decidiendo la forma y la posición de las patas, como se puede ver en los dibujos preparatorios. La inspiración japonesa se puede encontrar en la composición atrevida y asimétrica, así como en la elección del tema. A lo largo de su obra, Bonnard produjo innumerables pinturas que presentaban a los gatos, a veces como un simple detalle, a veces, como tema central.

Gato de cabaret en El gato negro, Théophile Steinlen, 1896.

Le Chat Noir fue un club nocturno del siglo XIX en el bohemio distrito de Montmartre de París. Se cree que es el primer cabaret moderno, donde los clientes se sentaban en las mesas y bebían bebidas alcohólicas mientras eran entretenidos con un espectáculo de variedades en el escenario. Este icónico póster de Théophile Steinlen anuncia este club nocturno en su apogeo era en parte un salón de artistas y en parte un auditorio ruidoso. Hoy en día, las reproducciones de este gato se pueden comprar en todas partes de París.

Mininos peleoneros en Riña de gatos, Francisco de Goya, 1786.      

Este óleo fue pintado por Francisco de Goya (1746-1828) para ser plasmado en un tapiz protagonizado solo por animales en una época en la que esto no era frecuente. El pintor demuestra su gran capacidad de observación y su profundo conocimiento de la postura felina.

Gatos y plantas en El gato helecho, Remedios Varo, 1957.

Para realizar esta encantadora pintura, la surrealista Remedios Varo (1908-1963) se inspiró en el sueño que le contó una amiga. Varo amaba a los gatos, le parecían tan mágicos y misteriosos como en realidad son y aparecen en muchas de sus obras.

Muchos, muchos gatos en Gatos sugeridos como las cincuenta y tres estaciones del Tōkaidō, Utagawa Kuniyoshi, 1850.

55 gatos aparecen en este tríptico del ilustrador japonés Utagawa Kuniyoshi, a quien, obviamente, le encantaban los gatos y su estudio estaba invadido por ellos. Su afición por los felinos se coló en su trabajo y aparecen en muchas de sus mejores estampas. Esta obra es una divertida parodia de Las cincuenta y tres estaciones del Tōkaidō de Hiroshige, que fue la colección más vendida en la historia del ukiyo-e (estilo de estampa japonesa). El Tōkaidō tenía 53 estaciones de correos diferentes a lo largo de su ruta y proporcionaban establos, comida y alojamiento para los viajeros. Kuniyoshi decidió mostrar estas estaciones a través de juegos de palabras de gatos. Por ejemplo, la cuadragésima primera estación del Tōkaidō se llama Miya. Este nombre se parece un poco a la palabra japonesa oya (親) que significa “padre”. Por esta razón, la estación se representa como dos gatitos con su madre.

Por si no sabías… y buscas nombre para tu gato

En la Edad Media, los nombres favoritos para ponerle a los gatos eran: en Inglaterra, Gyb; en Francia, Tibert. En textos antiguos irlandeses encontramos nombres como Cruibne —Garrita—, Breone —Pequeña flama, quizá usado para un gato naranja—, Glas nenta —Ortiga gris— y Pangur Bán —Totalmente blanco.

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Los mejores amigos del arte

Hoy se celebra el Día Mundial del Perro y para festejar a estos fieles amigos presentamos algunas obras de arte donde ellos son los protagonistas.

Jean Léon Gérôme, Diógenes, 1860.

Aquí vemos al filósofo griego Diógenes en su olla de barro encendiendo una lámpara en el medio del día para “buscar un hombre honesto”, mientras varios perros callejeros lo observan atentamente. Según cifras del Inegi, en México hay alrededor de 30 mil perros callejeros, ¡el 80% de los canes mexicanos viven en la calle! Ojalá que Diógenes haya adoptado a esos amiguitos.

Anthony van Dyke, Los cinco hijos mayores de Carlos I, 1673.

En esta pintura, vemos a los cinco hijos mayores del rey Carlos I de Inglaterra (tuvo nueve). Van Dyck nos deja ver la inocencia infantil combinada con el aura de autoridad que se espera de la realeza, pero el corazón de la composición es el perro gigante sentado pacientemente y brindando apoyo físico y moral al joven Carlos II.

Bartolomeo Passarotti, Retrato de un hombre con un perro, 1585.

Bartolomeo Passarotti fue un pintor italiano representante del manierismo. En este retrato el afecto entre el perro y el dueño es claramente presentado y seguramente mutuo. Parece que el perro, con su tierna mirada, quisiera consolar a este hombre al que una lágrima le corre por la mejilla.

Thomas Gainsborough, Bumper, el Bull Terrier, 1745 y Un pug, 1780.

Thomas Gainsborough tuvo un gran prestigio como retratista, pero él amaba la naturaleza y prefería pintar paisajes. Sus retratos de perros son característicos de su técnica y los canes rezuman personalidad.

Podemos apreciar claramente en estos dos perros cómo las razas han cambiado a lo largo de los siglos. Bumper se ve bastante diferente a los bull terriers que conocemos ahora, mientras que el pug tiene patas más largas y una cara con menos arrugas.

Cassius Marcellus Coolidge, Un amigo necesitado, 1903.

Esta obra forma parte de una serie de 16 pinturas que representan a perros en situaciones típicas de los humanos. El autor los muestra bailando, jugando beisbol o en partidas de póker, que son las más famosas. Coolidge trabajó como pintor de carteles, farmacéutico y agricultor. Aunque no tenía entrenamiento formal en arte, hizo caricaturas para periódicos y pinturas al óleo que los críticos las consideran “arte menor”, pero se vendieron a precios muy elevados, se adaptaron a posters y calendarios y viven en las paredes de muchos hogares estadounidenses.

Fuente de información: Daily Art Magazine.

Imagen de entrada por Atanas Teodosiev en Unsplash.

Curiosidades medievales: bebés horribles y conejos asesinos

Hay un montón de mitos y suposiciones acerca de la Edad Media, esos mil años de oscuridad. Lo que nos enseñan en la escuela es que fue en Europa (como si el resto del mundo no existiera), hubo unas guerras llamadas Cruzadas, mucho dominio de la religión católica y comenzaron las cacerías de brujas.

En realidad, durante el “Oscurantismo” pasaron muchas cosas y si nos adentramos mínimamente al arte medieval, encontraremos que tenían una enorme imaginación y su particular concepto estético. Es aquí donde nos encontramos a los bebés horribles y los conejos asesinos.

El extraño caso de los bebés con cara de viejitos

Los bebés de las pinturas medievales son ominosos. Tienen unas proporciones extrañas y unas caras que calificar de feas sería poco. Lucen hostiles, malencarados y enfermizos. He aquí algunas explicaciones sobre este extraño caso:

  • Para empezar, no eran bebés cualquieras. Los artistas medievales no estaban interesados en pintar niños terrenales y quien les encargaba la chamba era la Iglesia, así que los temas se limitaban a la Virgen con el niño Dios y uno que otro bebé bíblico.

  • O sea que el 99.9% de los bebés de las pinturas medievales eran Jesús Verbo Encarnado. Y según los preceptos católicos de la época, desde su nacimiento Jesús ya estaba perfectamente formado. Es decir, no se trata de bebés, sino de ¡homúnculos! Hombres hechos y derechos pero chiquitos, de ahí la cara de adultos.

  • Era el estándar de la época. Todos los artistas recibían los mismos pedidos, todos debían pintarlos de forma similar, por lo que realmente no había otras obras con la cuales compararlos. Por lo tanto, todas las personas estaban acostumbradas a esta convención y a nadie le parecían feos (o cuando menos, no lo decían en voz alta).

  • Los artistas medievales simplemente no estaban interesados en el realismo, se movían mejor en un estilo más expresionista. Era la estética de la época.

Después, con la llegada del Renacimiento, las ideas comenzaron a cambiar: los artistas voltearon hacia las formas clásicas e idealizadas, los temas se ampliaron y el niño Dios dejó de ser el único retratado. Por supuesto, quienes encargaban el retrato de sus hijos no querían que éstos se vieran como adultos pequeños con calvicie prematura, sino como los querubines de caritas llenas y sonrosadas que tan bien le salían a Rafael.

El fenómeno de los conejos asesinos

Muchos manuscritos medievales están ilustrados o enmarcados con imágenes cómicas e incluso grotescas que fueron llamadas drolleries. De entre ellas llama la atención la abundancia de tiernos conejitos haciendo cosas no tan tiernas, por ejemplo… asesinar. ¡¡¡¿Por qué?!!!

  • En la Edad Media los conejos representaban muchas cosas: por un lado, la pureza, la inocencia y el desamparo; por otro, la cobardía, la fertilidad y el órgano sexual femenino (en latín conejo se dice cuniculus, un término bastante parecido a coño).

  • Las drolleries ilustraban animales fantásticos, barberos con pata de palo (otro misterio, en la Edad Media esto les parecía súper cómico) y escenas extravagantes donde invertían los papeles naturales de los personajes.

  • Entonces, si los conejos eran considerados tiernos, inocentes y cobardes, en las drolleries se convertían en valientes, agresivos y sanguinarios.

En la muy recomendable película Monty Python and The Holy Grail (1975) el Rey Arturo y sus nobles caballeros de la mesa redonda deben luchar contra un terrible monstruo. Seguramente los comediantes conocían las drolleries y el raro fenómeno de los conejitos asesinos.

La(s) historia(s) detrás de Hagen y yo

Fui a ver Hagen y yo (Fehér isten, 2014), del húngaro Kornél Mundruczó, a mediados de abril en La Casa del Cine con un buen amigo. Me dejo un muy buen “sabor de ojos”. Ésta es una de esas películas que uno tiene muchas ganas de ver y de las que no se desilusiona después de haberla visto. Quizá sean pocas las pertenecientes a esa categoría, pero este año han sido un par las que podría meter a esa lista especial.

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En fin, la experiencia que tuve en torno a este filme fue un poco fuera de lo convencional, pues la primera vez que se proyectó en el país, como parte de la Muestra Internacional en la Cineteca, no la pude ver, por lo que la anduve “cazando” hasta que por fin lo logré. Y así fue como di con la mencionada Casa del Cine, un espacio alternativo en el centro de la ciudad de México. Era una función de viernes por la noche, y la pequeña sala se llenó. El lugar en sí es una joyita para cualquier cinéfilo (y no tan cinéfilo): pequeña, con un par de salas, biblioteca, bar/cafetería y un ambiente muy agradable. Mi amigo y yo pedimos un par de cervezas para la función.

La premisa de la película tenía todo para llamar mi atención: una niña se ve obligada, por su padre, a abandonar a su perro criollo puesto que una ley en Hungría ordena pagar impuestos altísimos por tener caninos sin raza. Hagen se ve, entonces, solo, a su suerte, enfrentando todos los peligros de un callejero, mientras Lily, su dueña, no ceja en su búsqueda. Pero, ¿y esas imágenes en las que se ve a una jauría corriendo detrás de la pequeña protagonista en bicicleta en medio de calles desiertas, tanto al principio como al final del largometraje?, ¿y esa otra donde se les ve enfrentados, a ella y a su amigo de cuatro patas, en la oscuridad de la ciudad?, ¿cómo y por qué es que llegaron a ese punto? Definitivamente quería despejar todas esas dudas… Además de lo obvio, por supuesto: los perros y su conmovedora historia detrás de la película: la adopción de 200 de ellos en la vida real.

whitegod1Aparte de eso, la crítica, aunque en general buena, está un poco dividida. A mí, personalmente, me gustó mucho y la recomiendo al 100%. Quizá es que la vi un poco con mi corazón de idealista y animal lover, y pensar en una revancha por parte de los perros no me parece tan descabellado. A final de cuentas, para toda acción existe una reacción. Y si este filme, como la ha dicho su director, es asimismo una metáfora de las minorías oprimidas, entonces creo que logró su cometido, apoyando a su vez otras causas, como la adopción de perros callejeros. Lo cual me parece perfecto.

Hay, por otro lado, los que se cuestionan la credibilidad de la historia y que le encuentran algunos agujeros por ahí: ¿cómo se justifican, se preguntan, tramas alternas como la orquesta juvenil y la incipiente historia de amor que no se llega a realizar? Tal vez no la vi con ojo crítico, pero nunca tuve la sensación de que sobraran… En un primer momento, podría decir que la orquesta y el hecho de que la chica pertenezca a una, sí se justifica: en algún punto de la película, ella usa la música para tranquilizar a los canes, por lo que por supuesto que tenía que tener un background musical, si no… ¿cómo iba a sacar de la nada su instrumento, así, de buenas a primeras? Además, le añade un toque dramático. Acerca de la historia de amor, diría que son cosas de la vida de una pre-adolescente que tenían que verse reflejadas para ejemplificar que no hay amor más ciego que el de un perro, pero quizá tendría que volverla a ver para dar una explicación más adecuada.

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Por cierto, el nombre original de la película se traduce como “dios blanco”, haciendo quizá alusión a esta supremacía de la raza blanca que, muchas veces y a lo largo de la historia, ha sido la que oprime a las demás.

Al parecer ya no la están exhibiendo en ningún espacio público actualmente en la ciudad. Habrá que esperar a que la saquen en streaming, DVD, o cualquiera que sea el medio que mejor te acomode, porque si no la has visto, deberías, aunque no seas amante de los perros.

Hagen y yo ganó el premio Un Certain Regard y el Palm Dog Award, en Cannes 2014, además del Octopus D’Or en el Festival de Cine Fantástico Europeo de Estrasburgo, por Mejor Película Internacional.

Una reflexión sobre el sempiterno debate vegetarianos vs omnívoros

Escogí ser vegetariana por razones ideológicas personales. Ni de salud, ni porque me crea o me sienta más que los otros, ni por moda, ni por probarme a mí misma. Si bien, quizá en un principio, solía ser un tanto crítica de lo que otra gente comía, actualmente respeto la dieta de los demás. La mayoría de mis amigos y familiares siguen siendo omnívoros y no por eso pienso dejar de hablarles. No creo que comer carne sea un pecado o esté mal. No creo ser superior a aquéllos que lo hacen. Por esas mismas razones, me cansa un poco que la gente me cuestione a mí. Finalmente, ¿a ellos qué mas les da?

Estoy consciente de que por dejar de comer carne y de consumir (lo menos que pueda) productos de origen animal, yo solita no voy a cambiar el mundo, pero me siento mejor conmigo misma y creo que actúo acorde a mis propios valores. En este año y medio de vegetarianismo he leído y oído de todo. Quizá se deba, entre otras cosas, al rápido crecimiento de las redes sociales y a las modas (porque claro, ser vegano o vegetariano está de moda).

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Que de dónde saco mi proteína, que si tenemos dientes caninos es por algo, que si la carne hace crecer al cerebro humano, que si las plantas también sienten, que si por qué no me preocupo por los millones de humanos que sufren en lugar de por los animales… en fin. Es una lista de nunca acabar. Es una eterna pelea y una eterna discusión. Pareciera que siempre, como humanos que somos, queremos justificar nuestras acciones y decisiones como si fueran las mejores y menospreciando las demás (lo digo por ambos lados, en general, por cierto). No se trata de ver si una dieta es mejor que la otra, no son competencias, aquí tendría que prevalecer el respeto.

 

And with all the pain in my Heart I want to tell you that MOST Vegans and MOST Animal activists have the worst attitude towards everyone. Khloe @khloekardashian DOES NOT WEAR FUR. The fact that some of her sisters do wear them is not of her business. Now, what good comes from being a Vegan if you are full of hate? Instead of harming animals you hurt yourself. You are equally valuable as those animals that you are protecting. Why not go all the way and leave hate on the side? I use that word a lot but as a figure of speech. When I use it, it doesn’t have any atomic weight. As an advice, if you want someone to really change, explain nicely. Vegans are the most hated people on the planet. Unfortunately. Change your attitude. Oh, and I Love PETA. I also have my radical side… And if you are offended because famous people visit the foundation, then you are a blind fool. I can not change the world by myself… #behuman #saveourplanet #blackjaguarwhitetiger

Una foto publicada por Black Jaguar-White Tiger (@blackjaguarwhitetiger) el

 

Definitivamente, en cuanto a razones nutricionales concierne, nunca me he enfermado gravemente en todo este tiempo que llevo de no ingerir carne de ningún tipo (ni roja, ni de pollo, ni mariscos, ni pescado): proteína la consigo en algunos otros alimentos y de hecho, junto con este cambio, vino también mi régimen de ejercicio: empecé yendo al gimnasio y ahora practico yoga y hago pesas. La verdad es que me siento muy bien. Y también tengo claro que el hombre ha cazado desde el principio de los tiempos para alimentarse y vestirse. Por esa misma razón, no creo que el hecho de comer carne en sí mismo signifique algo “demoniaco”. Es algo natural. Eso lo sé y eso lo entiendo. Pero también es verdad que la industria cárnica, al igual que muchas otras (la alimenticia en general), ha degenerado en un monstruo al que sólo le importa ganar dinero. Y a mí, en lo particular, me duele mucho ver cómo los animales son explotados y maltratados sin motivo alguno. Además del consabido discurso de todos los recursos que se gastan en eso y que podrían servir para alimentar a más personas: agua y granos, sobre todo. Sin embargo, todo eso no está exento de otros debates que incluyen la industria agrícola y la esclavitud humana. Finalmente estamos conectados y vivimos en un mundo en el que el efecto dominó nos domina (valga la aliteración). Es casi imposible escapar a ello. No podemos hacer algo sin que algo o alguien haya salido afectado, tal pareciera.

10983287_670929603039318_8622939670143395075_nY es cuando lo de “las plantas también sienten” y “por qué no te preocupas por los humanos” entra en acción. Por supuesto que las plantas también sienten, no lo dudo, a final de cuentas son seres vivos. Pero, vaya, de algo tengo que vivir, ¿no? Y los vegetales me parecen la opción “menos sangrienta” para mí. Aquí me dejo llevar por el principio de “no puedo comer algo que yo misma no pueda matar”. Porque tampoco es lo mismo, por favor, patear, golpear, torturar e incluso violar a un cerdo o vaca (que es lo que hacen en muchos mataderos), que arrancar un jitomate de la tierra donde crece… por favor, humanos. También soy consciente de toda la podredumbre que existe alrededor de la industria del campo, que las frutas y verduras no escapan a los transgénicos y que va mucho sufrimiento humano y animal de por medio. Y aquí, debo de aceptar, tendría que intentar comprar productos orgánicos, que den y no quiten a los campesinos que trabajaron la tierra para hacer crecer todos esos alimentos. En fin, intentar poner “mi granito de arena” y hacer más ligera mi huella de carbono.

En lo que respecta a la “igualdad” animal y humana debo decir que, asimismo, tengo que ser coherente y, así como creo que una planta y un animal no son lo mismo, aunque los dos son seres vivos, también tengo que aceptar que un animal y un humano no son lo mismo. Por supuesto que me preocupo por mis congéneres: la opresión, desigualdad, racismo, discriminación y maltrato me indignan, me enojan, me hacen llorar y me ponen a pensar en maneras de cómo hacer para que terminen. En un principio, no lo hago yo. Después, analizando de qué forma puedo contribuir a que estas situaciones terminen. Y es que si no nos ayudamos entre nosotros, ¿quiénes?

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Lo que me molesta y muchos de mis congéneres parecen no entender es que, precisamente, no tiene nada de malo que uno se preocupe por los animales, al contrario; eso no es indicador de que uno no se preocupe por los humanos. Supongo que es porque, en ocasiones, hay muchos animalistas que parecen exagerar y cuyas acciones no concuerdan con sus palabras, porque, claro, ¿cómo puedes ser amable con los perros pero no con los ancianos, por ejemplo? Eso es una incongruencia. Y es que ése es precisamente el problema médula: las incongruencias que rodean al ser humano. Supongo que es parte de nuestra naturaleza, pero, personalmente, intento luchar contra ella. Lo que me molesta es que se supone que nosotros somos los racionales y somos los que más irracionalmente actuamos, contra la naturaleza que nos rodea y contra nosotros mismos… Y es que, si nos matamos y maltratamos entre nosotros, qué se puede esperar que hagamos con las otras especies y con el medio ambiente, ¿no? La mayor parte de las desgracias humanas nos las causamos nosotros mismos, cuando podrían ser evitadas. La mayor parte de las desgracias animales, las causan los humanos, por lo que aquéllos no tienen la culpa de absolutamente nada más que de haber nacido animales. Yo lo veo así: un animal, por lo general, puede ser dominado y sometido por el hombre, siempre estará bajo su merced (si es que tiene), y si éste decide maltratarlo aquél no tendrá a dónde correr… Ahí es donde empieza nuestra humanidad, en esa decisión que tomamos de tratar bien o mal a ese ser vivo —que nos merece respeto por el simple hecho de serlo—, aunque lo “usemos” para nuestro provecho: si nos va a alimentar, vestir, servir de compañía (necesidades válidas) o a servir de diversión o de vanidad (totalmente absurdo). Lo mismo con un árbol o una flor.

Creo firmemente en que tendríamos que ser compasivos y respetuosos, sobre todo con los menos afortunados, con los más débiles, con los indefensos: sean animales humanos o no humanos. Ése es mi principio. No se tiene que torturar a un pollo para luego comérselo. No es obligatorio ni necesario.

Ése es mi principio y por eso escogí ser vegetariana y no usar pieles ni cosméticos que hayan sido probados con base en la tortura animal. Ése es mi principio y por eso respeto a la gente alrededor y creo en los derechos humanos y lucho por ellos. Sé que hay radicales en ambos extremos y que por eso seguirán existiendo mil discusiones y diferencias. Sé que nunca habrá un mundo ideal, pero hago l0 que está en mis manos para intentarlo, aunque sea un poco.

Creo totalmente en las palabras shakespeareanas: “Ama a todos, confía en pocos, no hagas daño a ninguno”.

Viajando con mascotas

Si eres de los que cargan con Fido o Misifú para todos lados, seguro entonces ya tienes experiencia en eso de viajar con tu(s) mascota(s), y ya te sabes los trucos más comunes (y otros no tanto). Y la verdad es que no siempre es tan práctico, pero vale la pena si tú y tu mejor amigo pasarán más tiempo juntos.

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Claro, tampoco se trata de que el animalito se estrese, por eso siempre hay que asegurarse de su bienestar durante la travesía.

Personalmente, he viajado con mi gata en avión y autobús. Por supuesto, también la he llevado en coche, pero sólo dentro la ciudad, en travesías cortas… y no le gusta demasiado. Pero de eso, a llevarla en metro, hay una gran diferencia, pues se pone muy nerviosa. Lo he hecho una vez y con esa me bastó y sobró para evitarlo absolutamente.

Por lo que respecta a viajes fuera de la ciudad, todo depende de cuánto estés dispuesto a gastar tanto en tiempo, como en dinero. Hay que tomar en cuenta que tampoco se puede transportar a cualquier mascota: yo me estoy limitando a perros y gatos, porque son las más comunes, incluso hay líneas que incluyen hurones, pero puedes preguntar en las compañías si aceptan, por ejemplo, conejos o hámsters. Por supuesto, pensar en un pez o pájaro, es mucho más complicado. Y no sabría qué decir de los reptiles…

 

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Viajes terrestres

Si viajas por tierra, tienes dos opciones: coche o autobús. Si es el primero, a menos que sea un viaje compartido, podemos suponer que es más sencillo, puesto que estarán —quizá— a sus anchas. Si no será así, entonces considera no llevarlo o viajar por otro medio. Si viajas en autobús, resígnate a poner a tu mascota en el maletero. Casi todas las líneas terrestres lo permiten, pero ésta es la única condición, a menos, claro, que se trate de un perro guía. Un consejo: asegúrate de que no pongan maletas o bultos encima de su transportadora (que tendrá que ser rígida), de preferencia. Lo que yo procuro, cuando viajo con Simona, es quedarme abajo hasta el final, cuando todos los pasajeros hubieron colocado su equipaje, para que ella quede en un buen lugar; una vez que llego a mi destino, me bajo primero, para sacarla cuanto antes (siempre compro boleto para alguno de los primeros asientos del vehículo, para poder hacer todo esto con facilidad).

 

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Viajes aéreos

Si viajas por aire, piensa que tu amigo peludo pasará mucho tiempo encerrado: hay que llegar con mucha anticipación al aeropuerto, por lo que desde que salen de tu casa hasta que llegan a su destino final, permanecerá dentro de su transportadora. Lo ignoro con los perros, porque nunca he llevado uno en un avión, pero supongo que será parecido que con los mininos: se recomienda no darles alimento durante el viaje, por cualquier malestar que pudieran tener. Asimismo, aconsejo consultar las políticas de las aerolíneas con respecto a transportar animales: dependiendo de su tamaño, y de la aerolínea en sí, podrás o no llevar a tu mascota en cabina contigo; de otra forma, tendrá que ir con el resto del equipaje. Igualmente, consigue una transportadora que cumpla con lo establecido, tanto en material como en medidas, para que no te lleves sorpresas a la hora de abordar. He viajado con mi gata por Aeroméxico y por Interjet solamente. Puedo hablar de una mejor experiencia con la segunda, pues con los primeros tuve que medio pelear debido a un error de logística con mi agente de viajes. Sus políticas no permiten gatos arriba, por lo que siempre tienen que ir abajo. Sin embargo, a mí, mi agente me había asegurado que no había problema. Además, llevaba transportadora flexible, por lo que se dificultaba que pudiera ir con las maletas (cuando una mascota va arriba, se recomienda transportadora flexible pequeña; cuando va abajo, rígida). Al final, después de pelarme y hablar con miles de personas, pudimos pasar. En los pocos viajes que hemos hecho en avión, Simona siempre ha ido conmigo, y normalmente sin problema. Sólo aquella vez. Por cierto, normalmente, para viajar en avión, te pedirán su cartilla de vacunación y, a veces, un certificado veterinario de buena salud.

 

Viajes internacionales

Las experiencias que he descrito hasta ahora han sido de viajes con mi gata dentro de territorio nacional. Por supuesto, la dificultad aumenta si vas a viajar con tu animalito fuera de éste, pues normalmente tiene que cumplir una serie de requisitos que te piden en el país destino, como tener al corriente sus vacunas, estar esterilizado, desparasitado y certificados de salud. Algunos incluso piden que tenga chip.

 

Últimos preparativos

Así, entonces, podría recomendarte sólo que planees tu viaje con tiempo e investigues lo que se necesita. Consigue una buena transportadora, ya sea que lo vayas a llevar en una flexible o en una rígida. Que tenga siempre a la mano tus datos, sobre todo si se separan, ya sea en su placa o en la misma transportadora. Y tampoco le des sedantes, pues puede ser peligroso. Lo mejor, en todo caso, es darle una especie de tranquilizante natural, como valeriana: en varias tiendas veterinarias lo puedes conseguir.

 

En fin: prepárense con tiempo y ¡que tengan un buen viaje!

 

 

 

 

 

Recomendación bibliográfica: La soledad de los animales

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Esta primera novela del autor mexicano Daniel Rodríguez Barrón es, a mi parecer, un ejercicio logrado.

Personalmente, la compré por razones muy queridas a mí: el amor a los animales (tópico que parece repetirse constantemente en mis textos, pero juro que es involuntario). Me tardé más en empezarla a leer que en terminarla: es una novela corta, dividida en tres partes y con dos narradores (uno omnisciente, en tercera persona, y otro protagónico, en primera persona), que se podría leer incluso en uno o dos días; yo tardé una semana porque soy lenta.

En La soledad de los animales, conocemos a Felipe (narrador y protagonista), Laura, Pablo y Nínive. Todos, directa o indirectamente, están involucrados con grupos de activistas radicales por los derechos de los animales.

“Felipe es un periodista fracasado que cree tener, por fin, una historia que contar”; “Laura es una defensora de animales que está dispuesta a todo por salvar la vida de perros y gatos”; “Pablo, un adolescente strait edge que busca vengar la muerte de sus perros asesinados por policías”, y “Nínive, la hija de Laura, es una niña con un plan…”.

Estas parcas descripciones de los personajes ofrecidas en la cuarta de forros son apropiadas en cuanto a que, si revelan más, podrían echar a perder el misterio y “espoilear” la novela. Sin embargo, de ahí podemos deducir ya su silueta. Acertadamente, en la cuarta también encontramos descripciones como “pasiones contemporáneas sobre veganos”, “defensores de animales e indignados que enfrentan sus pequeños ideales a un mundo devorado por la violencia”, “irónica y cruel”…

La narrativa lo envuelve a uno, sabe llevar su hilo conductor sin ir más allá con florituras y/o juegos del lenguaje. Cumple su chamba: hacer que lector devore el libro. Sin embargo, literariamente no va más allá. Es decir, es una lectura ligera, decente, está bien si lo que se busca no es romperse la cabeza.

Con todo, uno, al final (final que pudiera parecer erróneo en un principio, pero se comprende, con el paso del tiempo, de que no es así, de que es un final impecable, pues la novela tiene una estructura circular), tiene la opción de profundizar y pensar en todos los significados que este tipo de temas tiene en la vida real (que es, en todo caso, de lo que se alimenta la literatura).

Algo que me sigo preguntando hasta la fecha y que aún no he podido definir es si el autor está a favor o en contra del veganismo… porque está claro que tiene una postura muy definida, que no se puede encontrar en medio, pero no he logrado descifrar todavía cuál es. Habrá que preguntarle.

¿Será posible tener ideales aún? ¿Somos capaces de soportar el peso de éstos? Éstas son algunas de las principales cuestiones que toca esta obra.

La soledad de los animales, de Daniel Rodríguez Barrón, Editorial La Cifra, México, 2014, 110 pp. 

Mascotas (adoptadas) al abordaje: una experiencia personal

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Si hay algo que recomiende en esta vida para todo amante de los animales es adoptar una mascota. Supongo que la mayoría lo ha hecho ya, pero habrá otros que, por falta de espacio/tiempo/dinero (cosas importantes para pensar en tener una), no lo hacen (precisamente por estar conscientes de que es necesario tenerlas, de otra manera, sería algo muy egoísta y, por consiguiente, no serían animal lovers).

Y lo mejor a la hora de elegir una, por supuesto, siguiendo toda esta lógica de amor animal, es pensar en la adopción, nunca en comprar. Hay tantos animales en situación de calle en nuestro país que esto es lo más recomendable. Quizá muchos todavía se dejen llevar por razas y cosas de ésas, pero creo que deberíamos ser más conscientes y pensar si lo que queremos es un amigo o un adorno. Porque luego va a resultar que nuestro perro/gato es de una raza tan exótica que tiene que tener cuidados especiales o que, por más que sea de pedigree, el pobre se la pasa todo el tiempo solo…

Así, recomiendo ampliamente las adopciones de animales si uno está pensando en tener un amigo peludo. Son de esas cosas que cambian la vida. Al menos, hablo desde mi experiencia personal.

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Adopté a Simona, mi gata, hace casi dos años, un día de principios de otoño, en un albergue de la Ciudad de México. Cuando fui a escoger (o más bien, a que me escogiera) mi próxima mascota, nunca me esperé una explosión de ternura y emoción al ver a todos esos pequeños mininos en sus jaulitas. Todos me inspiraron una sobredosis de ambas. Incluso se me salieron unas cuantas lágrimas y hasta una de las chicas que trabajaban ahí se conmovió con mi reacción.

Lo de Simona fue amor a primera vista, atracción mutua. Desde el primer instante en que me vio empezó a maullar como loquita, como pidiéndome que la sacara de ahí. Después de ver sus anhelantes ojitos verdes de cachorro, pedí que me la mostraran y, en un principio, me habían dicho que era gato. Inmediatamente se puso a jugar con un mechón de mi pelo. Tenía las uñitas bastante afiladas (característica que conserva), aún lo recuerdo. Hicimos clic instantáneo. Simona me había escogido. Ese mismo día me decidí por ella (aun sin saber que era hembra) y el chico del albergue fue a ver mi casa, mientras la llevábamos con nosotros, para que también “conociera” lo que sería su nuevo hogar. La pequeña bolita de pelos no se movía de una de las esquinas de la sala. El chico me ofreció quedármela durante el fin de semana como prueba, pero decliné aun cuando me moría de ganas, pues todavía tenía que avisarle a mi roomie.

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Al fin, todo quedó completado al día siguiente, le compré todo lo necesario y me la llevé a casa cubriéndola de la lluvia con su flamante arenero. Simona no dejó de maullar hasta que llegamos a casa. Desde el principio se perfilaba como diva. Por cierto, que ese día, la doctora que la desparasitó y la vacunó me informó que era ella y no él y me preguntó que si aun así la quería. Sobra mencionar mi respuesta.

Desde entonces hasta el día de hoy, no me he arrepentido y nunca lo haré. Ha sido toda una aventura —y todo un honor— tenerla conmigo, estar juntas, cuidarla y mimarla. Mi vida es mejor con ella a mi lado, le ha añadido el toque de ternura (y un poco de consciencia al respecto de hacerme cargo de otro ser vivo que no sea yo) que le hacía falta.

La semana pasada festejamos su cumpleaños número dos con un gran bocadillo de salmón que tragó como si no hubiera mañana y jugó con el pájaro de juguete que mis roomies odian un poco por el ruido que hace. Pienso seguirle festejando muchos más. Y ella seguirá dándome lata en las madrugadas, sirviendo de alarma peluda, poniéndome sus patas en la cara, cuando lo que más deseo es dormir. La amo.

Lo apoyo y siempre lo haré: si, como yo, son fans de los animales no duden en adoptar… ¡no se arrepentirán!