En los días en los que la melancolía nos visita, escribir puede ser un acto liberador que nos sirva para entendernos más o simplemente para poner en orden nuestras ideas y emociones. Eso lo sabía muy bien Alejandra Pizarnik (1936-1972), quien en sus diarios, prosas y poesías dejó plasmadas esas líneas con quienes muchos nos identificamos en algún momento de nuestra vida y que le dieron voz a lo que nuestra alma quería decir.
Tomar una buena dosis de poesía de Pizarnik es sumergirnos en un mundo sublime, amoroso, sexual, pero también depresivo, oscuro y místico. En él, la frontera entre la vida y la muerte es muy frágil; sin embargo, un torrente de pájaros, mares, flores, lunas, jaulas y otros símbolos terminan por embriagarnos y deseamos continuar viajando con ella.
Fragmento de “El despertar” de A. Pizarnik. Tomada de Pinterest.
Las desventuras de Pizarnik
Pizarnik “habitaba con frenesí la luna”, quizá porque ese era un mejor refugio que el mundo hostil al que se enfrentó desde su infancia. Un lugar que en ese tiempo vivía la Segunda Guerra Mundial y aunque ella estuvo a salvo en Argentina con sus padres y su hermana, algunos de sus parientes fueron perseguidos y fallecieron en el Holocausto.
Vivir estos hechos ensombreció su infancia, pero eso no fue todo: sus mayores inseguridades se detonaron con las comparaciones que sus papás hacían de ella con su hermana mayor, la tartamudez, el asma y más tarde con su tendencia al acné y a subir de peso —que la hizo adicta a consumir anfetaminas para evitarlo— lo cual fue disminuyendo su autoestima y autopercepción.
A. Pizarnik y su familia. Tomada de Cervantes.es.
Sexualidad y (des)amores
Su poesía muestra a una Pizarnik que, a pesar de ser tímida, por momentos era transgresora, atrevida y sensual. Además de ello, sus biógrafos no han llegado a una conclusión sobre su orientación sexual, pero por sus escritos se cree que era lesbiana o bisexual. Incluso se dice que su familia mutiló algunos de sus diarios por pudor, pero otros cuantos aún reposan en la Biblioteca de Princeton.
Por ejemplo, se dice que se enamoró —tal vez de forma platónica— de Elizabeth Azcona Cranwell, a quien conoció en el grupo de Poesía Buenos Aires.
“Para Elizabeth que sabe que las aventuras perdidas son: / una niña en busca de su nombre secreto / una muchacha corriendo detrás del amor (…) Prohibido olvidarse”.
Ilustración diversa. Tomada de Rev. El Humo
Por otro lado, mucho se ha hablado del vínculo de Pizarnik con la poeta Silvina Ocampo (esposa de Adolfo Bioy Casares). Se sabe que se conocieron en el estudio fotográfico de Sara Facio y que Pizarnik quedó fascinada con ella.
“Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero.”
¿Por qué decidió partir?
No se sabe a ciencia cierta cuántos amores tuvo la poeta, lo cierto es que varios fueron platónicos y esto, junto con otros hechos como no lograr adaptarse a un trabajo estable —lo cual la llevó a tener carencias económicas—, así como haber dejado varios proyectos truncados (como sus dos carreras: Filosofía y Periodismo), la pérdida de su padre, no escribir como ella hubiera querido, sumado a su baja autoestima y a una fuerte depresión, la llevó a tener tres intentos de suicidio, logrando concretar el último.
“Que partió de mí un barco llevándome”. Tomada de Revista Haroldo.
“[…] Cansada de aquel amor que no sucedió / Cansada de mis pies que solo saben caminar / Cansada de la insidiosa fuga de preguntas / Cansada de dormir y de no poder mirarme / Cansada de abrir la boca y beber el viento / Cansada de sostener las mismas vísceras / Cansada del mar indiferente a mis angustias / ¡Cansada de Dios! ¡Cansada de Dios! / Cansada por fin de las muertes de turno / a la espera de la hermana mayor / la otra la gran muerte / dulce morada para tanto cansancio.”
Su muerte llegó a los 36 años, cuando tomó una sobredosis de pastillas de Seconal después de haber escrito un último mensaje en la pizarra de su estudio: “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”. Pizarnik partió a su mundo de ensueño, dejándonos uno de los más importantes legados literarios y una huella de quien fue en cada uno de sus poemas y escritos.
¿Te imaginas ser un piloto aviador y poder recorrer diversas partes del mundo?, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) lo era y muchos de sus viajes fueron la inspiración para convertir sus vivencias en literatura, como es el caso de obras como: El aviador, Vuelo nocturno y El Principito. Esta última, seguramente la has leído en algún momento de tu vida.
El Principito es una de las obras más conocidas alrededor del mundo y aunque se ha considerado un libro para niños, la realidad es que sus temas como: la pérdida, la soledad, la muerte y el amor, son también para adultos.
Las cartas en las que nació El Principito
Fueron varias las causas que se juntaron para que su autor decidiera crear esta historia, una de ellas fue el impulso de sus amigos, a quienes les mandaba cartas en las que agregaba el dibujo de un hombrecito rubio con bufanda y cabello alborotado, era como su “alter ego infantil”, pues a través de él, expresaba las emociones que a su parte adulta le era difícil decir. Por eso, sus amigos lo animaron a que le diera vida a aquel simpático joven y lo hizo en el año 1942, dedicándose a realizar los dibujos en acuarela, así como a escribir la increíble historia del muchacho rubio.
Encuentro entre el Principito y el aviador.
A su vez, Saint-Exupéry en varios momentos de su vida cayó en etapas de profunda tristeza y alcoholismo, — debido a que en Nueva York se sentía aislado, su vida en pareja era inestable y los exiliados franceses lo acusaban de colaborar con el gobierno de Vichy — por eso, buscó una manera de plasmar parte de su sentir y pensamientos.
“Es muy curiosa la desesperación. Necesito renacer”, escribió él.
Así, por medio del Principito, el autor pudo recuperar a su niño interior y conmovernos por medio de su personaje, quien llora o se entristece por instantes, pero también conserva ilusiones, se ríe, aprende y muestra una gran fortaleza.
El terrible accidente que dio origen a El Principito
Otra de las situaciones en las que se basó el autor para dar origen a El Principito, fue el accidente que sufrió junto con su mecánico aviador André Prévot, cuando en uno de sus viajes aéreos, la avioneta en la que viajaban se estrelló en el desierto de Libia, increíblemente él y su compañero sobrevivieron al impacto; sin embargo, después de dos días, la poca comida y bebidas que llevaban (uvas, naranjas y vino) se agotó, lo que provocó que Saint-Exupéry tuviera alucinaciones visuales y auditivas en las que se enfrentaban sus dos “yo”: el que daba todo por perdido y el que aún se aferraba a la esperanza.
Saint-Exupéry como aviador.
Fue hasta el cuarto día cuando milagrosamente fueron rescatados por un beduino que iba en camello; así que, esta anécdota en la que casi pierden la vida, ha quedado claramente retratada en el libro.
Los mensajes de libertad de El Principito
Por otro lado, aunque la obra de Saint-Exupéry deja grandes lecciones en cuanto a la amistad, el amor y el dolor, al mismo tiempo, por medio de los viajes del Principito a varios planetas, el escritor plasma su visión sobre el mundo moderno y tecnológico en el que predominan las personas que han dejado a un lado la importancia de las relaciones humanas para centrarse únicamente en el deseo de obtener poder, reconocimiento y riqueza. A la vez, se refiere a la libertad, usando como ejemplo contrario a un dictador, fue por estos temas que su obra fue censurada durante la dictadura militar en Argentina.
“No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domésticas, tendremos necesidad el uno del otro.”
Sin duda, El Principito es una obra que hace reflexionar a chicos y grandes, pues sus temas van más allá de lo que se lee a simple vista; así que, ahora ya conoces la historia del autor y de los motivos que lo llevaron a plasmar parte de sus emociones en voz del pequeño muchacho rubio.