Azucarado y esponjoso, con ese sutil aroma a azahar y la bolita-calavera en su cima, el pan de muerto es de esos manjares que se comen una vez al año y, tal vez por eso, se antoja más.
Sin embargo, no siempre fue como lo conocemos ahora y podemos afirmar que, con los años y la creatividad de los mexicanos, el pan de muerto seguirá evolucionando.
Este también es mestizo
Cuentan las crónicas que los primeros panes de muerto los ofrendaban nuestros antepasados prehispánicos a la diosa Cihuapipiltin, quien cuidaba a las mujeres que habían muerto en su primer parto. El pan era una mezcla de amaranto, maíz y miel con la forma de un dios antropomorfo.
Con la Conquista, llegaron el trigo, la leche, los huevos de gallina, la levadura y la necesidad de los españoles de dominar por todos los frentes, incluyendo el culinario. Así fue como las harinas se cambiaron, las recetas se transformaron y el pan se convirtió poco a poco en el que conocemos hoy.
Actualmente, a las esencias típicas del pan de muerto —ralladura de naranja, anís, agua de azahar—, se han agregado nuevas formas de ofrecerlo a los golosos: los cubren con chocolate, los rellenan de crema batida o introducen nuevos saborizantes, con tal de mantener la novedad.
Pero ¡alto! Hasta este momento, hemos hablado del pan de muerto más reconocido internacionalmente y que se consume en buena parte del país. Sin embargo, no es el único estilo de prepararlo y presentarlo. En otras partes de México, hay mucho, mucho más.
A cada estado su pan
- En Ciudad de México, alcaldía Tláhuac, está Mixquic, uno de los pueblos emblema para vivir la tradición del Día de Muertos. Ahí, además del clásico con calavera y huesitos, preparan panes en forma de mariposas, pues se cree que las niñas, al morir, se transforman en estos insectos voladores. También hay rosquitas cubiertas de azúcar rosa mexicano y panes cubiertos de ajonjolí adornados con cruces.
- Si nos vamos al Estado de México, encontraremos pan de maíz en forma de triángulo, pan de manteca, nuez y guayaba, galletas de calavera adornadas de azúcar rosa y hasta panes con formas de personas y animales.
- También en Guerrero y Guanajuato cocinan panes con formas humanas y de otras especies: mariposas, alacranes, perros, peces y conejos. En Guanajuato, los panes antropomorfos que representan adultos tienen un punto de azúcar rosada, mientras que los que simbolizan a niños son todos blancos, glaseados.
- En Hidalgo, la variedad aumenta, desde roscas hasta cruces y corazones de pan, muñecas para las niñas y angelitos para los niños. Panes de trigo, maíz y pulque. Muertitos con los brazos cruzados o caritas pintadas, panecillos con o sin nombre del difunto, huesitos de manteca o cubiertos de ajonjolí.
- En Michoacán, hay pan de hule —redondo y moreno— y rodilla de Cristo —con azúcar que parece ensangrentada—; en Oaxaca, hay regañadas —de pasta hojaldrada— y pan de yema y de cazuela, con las caritas del muerto o formas de flores o calaveras; y en Puebla, hacen golletes —roscas de colores—.
¿La muerte nos pela los dientes?
Dicen que los mexicanos desafiamos a la muerte y nos reímos de ella. Pero lo que se puede ver cada Día de Muertos —si se celebra de forma tradicional— es respeto, nostalgia, anhelo de recordar a aquellos que amamos y que ya no viven con nosotros. Y qué mejor manera de hacerlo que ofrendarles un esponjoso o crujiente o dulce, pero siempre amable, pan.
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