El terror es un género fílmico el cual, durante las últimas décadas, ha perdido ese rumbo transgresor y preciosista que cintas como The Exorcist o The Shining se encargaron de marcar mediante su arriesgada estética.
Sin embargo, mientras las grandes casas productoras se enfrascan en proyectos cada vez más repetitivos, también existe una prominente vanguardia independiente la cual conjunta cine de arte con terror siniestro.
Claro ejemplo de esto es The Witch (2015), ópera prima del director estadounidense Robert Eggers.
Esta cinta narra el drama sufrido por una familia de puritanos de Nueva Inglaterra la cual, tras ser desterrada por su congregación, se ve forzada a vivir en los alrededores de un bosque en el que habita una poderosa y maligna entidad.
El primer acierto de The Witch es, definitivamente, su rigurosa y esteticista construcción visual; misma que evoca, tanto sentimientos de belleza, como emociones obscuras que provocan una auténtica contradicción en el fuero sensible del espectador.
Haciendo un acopio de los rasgos más sobrecogedores de la cultura folclórica norteamericana, Eggers nos ofrece un acercamiento casi antropológico a la sociedad supersticiosa de mediados del Siglo XVII.
Mismo contexto donde la persecución y la ignorancia eran los principales pilares de una civilización temerosa la cual, a pesar de su moralismo recalcitrante, era capaz de esconder una serie de crímenes doblemente atroces.
Mucho tiene que ver con esto el estudio de género que yace implícito en esta obra; ya que es imposible despegar a los roles femeninos de aquellas influencias que, durante aquella época, se consideraban sobrenaturales.
Esta pertinente puesta en escena pronto se verá interrumpida por una serie de fuerzas que supondrán la destrucción de las instituciones caucásicas y de sus valores más sagrados; dotando al ser fantástico de un aura reveladora que recuerda las mejores épocas de la literatura romántica.
Después de observar The Witch, es imposible para el espectador no formularse una pregunta más que lógica: ¿quién es el verdadero monstruo: el Diablo, con sus propuestas libertarias; o aquel Dios voluble al que nos enseñan a temer desde nuestra infancia más temprana?