The Revenant: un brutal estertor de belleza

the revenant

Después de haber sorprendido al mundo entero con Birdman (2014), Alejandro González Iñárritu regresa con una cinta, la cual, desde sus primeros avances, prometía destacarse como una obra maestra del formato audiovisual.

The Revenant es, antes que nada, un despliegue esteticista que se desentiende de los arraigos de la verosimilitud excesiva para presentarnos un mosaico de sensaciones que se mueven azarosamente entre lo esplendoroso y lo desolador.

Un fenómeno que se nota recrudecido mediante un insólito despliegue actoral donde el estocicismo descomunal de Leonardo DiCaprio se ve acompañado por los fulgores interpretativos de Tom Hardy, Will Poulter, Domhnall Gleeson y Lukas Haas; cada uno igualmente efectivo en sus respectivas interpretaciones.

Sin embargo, tal y como se esperaba, la fotografía de Emmanuel Lubezki es el verdadero protagonista de esta pieza. Atributo que, retomando parte del estilo ofrecido en Birdman, en esta ocasión se mueve por trepidantes y majestuosos escenarios que evocan todo un caudal de álgidas emociones.

El rostro más áspero de la naturaleza se ve capturado mediante un conjunto de tomas que ensamblan una metáfora de esas inquietudes que vuelven borrosos los límites entre lo real y lo onírico.

Declaración estética que se refuerza mediante la configuración de un protagonista quien, a pesar de las inclemencias del destino, logra sobreponerse casi de forma “milagrosa” ante el sufrimiento y la adversidad.

La historia de venganza y supervivencia hilvanada a lo largo de The Revenant obliga a González Iñárritu a regresar a ese ánimo tremendista que ya había mostrado en sus producciones más tempranas; inquietud que, en esta ocasión, encuentra un nuevo eslabón en su ecuación dramática gracias a las texturas narrativas que permite el género histórico.

Por supuesto, no faltarán aquellos que clasifiquen a esta cinta como una obra “fantasiosa” e “irreal”. Sin embargo, son estas mismas características las que la tornan una hipérbole de aquellos instintos antropológicos que destacan por su desbocada intensidad.

Mismo despliegue de coraje que es capaz de invocar situaciones que rompen con las barreras de lo “humanamente posible”.