Dilema ético, moral y de salud mental
En el marco del Blue Monday —el presunto día más triste del año—, hoy abordaremos un tema que tiende a pasar desapercibido al momento de discutir los méritos y peligros del uso de la inteligencia artificial: la salud mental de las personas.
Mucho se ha hablado sobre cuán controversial puede ser la inteligencia artificial (IA) en temas como cambio climático, producción artística, autoconsciencia y la posible rebelión de las máquinas, pero esta vez nos centraremos en las repercusiones psicológicas que el (mal) uso de estas tecnologías pueden ocasionar, especialmente cuando son empleadas para atacar a personas y grupos vulnerables.
Antes que nada, sí, la inteligencia artificial es capaz de apoyar en el tratamiento de las enfermedades mentales ya sea como un auxiliar en el diagnóstico de ansiedad y depresión, como herramienta de terapia virtual o incluso como un simple homólogo digital con quien podamos platicar y desahogarnos.
Pero, aunque depender y confiar completamente en una inteligencia artificial para el tratamiento de cualquier tipo de enfermedad, especialmente de la mente, es por sí mismo un problema mayúsculo (basta con remitirse a instancias de asistentes virtuales que sugieren el suicidio o beber cloro para curar algún padecimiento), la bizarra realidad va más allá de unos cuantos eventos aislados de desinformación y “oopsies”.
Mal uso de la inteligencia artificial
El primer punto por considerar es el más evidente: la posibilidad de que la inteligencia artificial le “robe” el trabajo a las personas de carne y hueso, principalmente artistas y empleados de cuello blanco, lo cual, obviamente, desataría una ola de desempleo que, a su vez, derivaría en pobreza, indigencia y angustia mental.
Aunque extrema y distópica, esta noción se ha vuelto una posibilidad cada vez más real debido a los tremendos avances que la tecnología ha logrado en los últimos años. Muchas empresas han adoptado o incrementado el uso de la IA de forma indiscriminada, sin prestar demasiada atención en las consecuencias que esto podría tener en la fuerza laboral y su salud física y psicológica.
Por otra parte, y volviendo al tema de la desinformación, la inteligencia artificial se ha convertido poco a poco en un arma de propaganda y medias verdades que, a través de las redes sociales y los motores de búsqueda en línea, ha diseminado cualquier cantidad de datos erróneos, perjudiciales y por demás controversiales en aras de la inmediatez y la comodidad.
No por nada son bien sabidos y ampliamente reportados los riesgos innatos que las fake news pregonan; desde información falsa relacionada con guerras y ataques terroristas hasta esfuerzos enfocados en dañar la imagen de empresas, minorías sociales y raciales, o personajes destacados del ámbito político internacional.
Accidentales o incidentales, las imprecisiones de la inteligencia artificial son tantas y tan comunes que una comunidad de internautas se ha visto en la penosa necesidad de crear el repositorio en línea AI Incident Database, un sitio gratuito que reúne todos aquellos “descuidos” cometidos por estos sistemas, incluye el uso de la inteligencia artificial generativa como fuente en la redacción de artículos informativos y casos en donde programas como ChatGPT (entre otros) han sido utilizados como herramienta para la explotación y el fraude.
Otro impacto directo en la salud mental de las personas que deben lidiar con las ocurrencias de la inteligencia artificial se evidencia en la alarmante tendencia de crear y distribuir deepfakes; contenido artificialmente generado con ayuda de software especial que permite intervenir imágenes o videos de personas reales para cambiar por completo su contexto. Así, una inocente fotografía publicada en Facebook puede convertirse en un video con connotaciones sexuales, o bien tornarse el centro de una estafa millonaria.
Miles —si no es que millones— de personas han visto sus perfiles vandalizados y sus rostros y voces literalmente plagiados y reutilizados en videos pornográficos, pósteres de propaganda extremista o en llamadas que exigen el pago de un rescate. Ese miedo intrínseco que conlleva el perder nuestro pasaporte o credencial de elector (“porque se van a robar mi identidad”), hoy sucede diariamente, sin darnos cuenta, cada vez que subimos una foto a Instagram o compartimos un video en TikTok.
Por más que existan casos notables de situaciones en las que la inteligencia artificial ha sido un recurso valioso en el manejo de algún problema psicológico, la realidad es que, más comúnmente, las nuevas tecnologías facilitan el desarrollo y propagación de prácticas como bullying y catfishing que, por su propia naturaleza, tienen como propósito humillar, herir y engañar a personas en estado vulnerable, lo cual contribuye al aumento de casos de depresión, angustia y ansiedad. Como si la crisis económica y ambiental que vivimos no fuera suficiente.
Y ya que hablamos de salud mental, te invitamos a conocer todo sobre el wellness corporativo, una estrategia para cuidar la salud física y mental de los trabajadores.