Rockstars de película que viven (vivieron) bajo la filosofía “Live Fast Die Young”

Portrait of Joy DivisionHace una semana (el 15 de julio pasado) se cumplieron 59 años del nacimiento de Ian Curtis, el líder de la icónica banda post-punk inglesa Joy Division. Desafortunada (o afortunadamente), él ya hace mucho que no está aquí para celebrarlo. Y, aunque estuviera, tengo mis dudas acerca de si lo celebraría… Quizá, desde que nació, su destino ya estaba marcado. Y siendo, como fue, un digno representante del movimiento (involuntario) “Live Fast Die Young”, efectivamente no pudo haber vivido más de 30 años. Aunque en realidad, vivió menos: 23 años y poco más de diez meses.

Yo conocí su música muy tarde en mi vida. Casi a la misma edad que él tenía cuando murió. Tenía 21 o 22. Era aún universitaria y no pude más que rendirme a la genialidad que para mí significó (significa) entonces. Los diez años que tengo de “conocerlo” no habrían —definitivamente— sido lo mismo sin saber de su existencia musical. No podría elaborar un soundtrack de mi vida sin canciones de Joy Division. Habría al menos dos. O tres. O más. Para mí, como para muchos, varias de esas letras tienen un significado especial y particular. Aunque las haya escrito otro ser humano, lejano en tiempo y espacio. Eso es lo que hace universal a la música.

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En fin que esto me recordó a la película biográfica Control (2007), de Anton Corbijn, que vi hace exactamente cuatro años y me tocó fibras muy sensibles como sólo pueden hacerlo ese tipo de películas: las que van de rockstars, de aquéllos cuya música admiro y que tienen en común vidas tormentosas y, con frecuencia, trágicas y cortas. Tan sólo de pensar en eso, se me pone la piel chinita. Por cierto, que algo de admirarse del actor que encarnó al atormentado y talentoso Curtis, Sam Riley, es que cantó algunas de las canciones para el filme… ¡y muy bien! Pienso que en verdad se metió en la piel del músico.

Así, se me vienen a la mente otras películas del estilo (y que me han gustado mucho): Sid y Nancy (1986), de Alex Cox; The Runaways (2010), de Floria Sigismondi; y, aunque no se centre en un artista en particular, otro must que no puede faltar en esta categoría es 24 Hour Party People (2002), de Michael Winterbottom. En cambio, me faltan otras, como Velvet Goldmine (1998), de Todd Haynes, o Last Days (2005), de Gus Van Sant.

En fin, tengo tarea por hacer, sobre todo porque esto es un cuento sinfín: películas sobre músicos atormentados y geniales no es que broten por montones, pero vaya que me falta un largo camino por recorrer…

Amy (2015), de Asif Kapadia, que aunque no es biopic, sino documental, es otra que no se me puede escapar, por cierto. Mi amada Amy Winehouse. Mi amado Ian. Ojalá Morrissey deje de ponerse sus moños y deje que hagan una sobre él. Sería lo mejor. En fin. Divago. Mejor véanlas todas, si es que no lo han hecho.