Lenguas en peligro de extinción

“Solo el más fuerte sobrevive” es una expresión usada indiscriminadamente para subrayar la canibalística idea de que la supervivencia de una persona, especie o raza en un ambiente hostil es de mayor importancia que otra. Y aunque la teoría evolutiva dicte que este es el camino hacia la evolución y perseverancia del ser mejor adaptado, la pérdida de una especie, por débil que esta sea, implica más que un simple tache en los libros de historia.

En el lenguaje ocurre un fenómeno similar; los idiomas cambian, evolucionan. Se adaptan a las condiciones actuales y se aprovechan de las alteraciones globales para crecer y expandirse.

Sin embargo, a medida que una lengua se fortalece, muchas otras, aisladas del mundo exterior o carentes del poder económico-social de sus contrapartes, terminan por recular, marchitarse y eventualmente morir. Especialmente ahora cuando los emojis y el leet son más empleados y populares que el náhuatl. El leet o 1337 o leet speak es un tipo de escritura alfanumérica, usada primordialmente en Internet, donde los números sustituyen a las letras que más se asimilen a su forma gráfica, es decir, el 3 sustituye a la E, mientras el 4 reemplaza a la A, y así sucesivamente. 

Panorama actual

De acuerdo con la UNESCO, actualmente existen unas 3,000 lenguas en peligro de extinción, casi la mitad de las más de 6,000 que se hablan alrededor del mundo. De ellas, 9.6% están en situación crítica; 8.95% se encuentran en serio peligro; 10,65% en peligro de extinción y 9.85% en estado vulnerable.

Es decir, la mayor parte de las lenguas en peligro (1,907) son habladas por menos de 10,000 habitantes, mientras que aquellas en estado crítico o de alto riesgo, son usadas por apenas cientos de personas o menos. Algunas, incluso, residen en una sola persona o una familia.

Para la UNESCO, la diversidad lingüística se ve amenazada por los modelos de educación mono y bilingües y los enfoques inapropiados para el desarrollo del lenguaje. Y cómo no, si en las escuelas lo que se enseña es el uso y comprensión de lenguas globales; idiomas que – con miras en el futuro – abran las puertas hacia un trabajo bien remunerado. Situación que, no tan sorprendentemente, sucede también en localidades remotas y pueblos indígenas, donde los padres impulsan a sus hijos a aprender español, inglés, chino o hindú para que puedan integrarse a una sociedad que poco ha hecho por integrarlos desde un principio.

Al final del día, podríamos achacar la desaparición de centenares de lenguas a través de los años a la modernización, urbanización y globalización. Pero la realidad es que este fenómeno no es nuevo, sino que ha sucedido repetidamente a lo largo de la historia, incluso antes más que ahora. Colonizaciones e invasiones han contribuido a la extinción de miles de lenguas que, en su momento, eran tan prevalentes y relevantes como ahora lo son el inglés y el español.

Después de todo, el genocidio no se limita a los seres humanos; trasciende más allá de las personas y se manifiesta en la completa erradicación de ideas, creencias y, por su puesto, costumbres y lenguas.

Conservación  

Hoy, afortunadamente, existe la intención de preservar estas lenguas en peligro de extinción con esfuerzos que, al igual que aquellos enfocados en flora y fauna en riesgo de desaparecer, podrían parecer fútiles a estas alturas. No obstante, lingüistas alrededor del mundo, con ayuda de herramientas digitales, han colaborado en la creación de diccionarios escritos donde al menos se conserve un vestigio de la lengua, aunque en papel, algunas de las expresiones pierdan algo de su significado. 

Cada día 21 de febrero, desde el 2002, la UNESCO celebra el Día Internacional de la Lengua Materna; iniciativa que busca salvaguardar la diversidad lingüística y fomentar la inclusión de las lenguas indígenas, tribales y autóctonas en un mundo por demás homogeneizado. Se estima que cada dos semanas una lengua desaparece. Si este dato se aplicara a los humanos, es decir, que cada 15 días una tribu indígena o raza se extinguiera, las alarmas estarían sonando desde hace ya algún tiempo.

MIRA HACIA EL FUTURO

Por ello podríamos pensar, ¿cuál es el problema de perder una o varias lenguas en desuso y que no aportan aparentemente nada a nuestro mundo de redes sociales y bebidas energéticas? Ultimadamente da igual. Quizás sí, quizás no, quizás jamás sintamos el impacto de la desaparición de la lengua amami de Japón; mientras sigan produciendo animé y podamos comer sushi al 2×1, ¿qué más da? 

Sin embargo, perder un lenguaje es perder un fragmento de historia, una ventana a una cultura y una ideología particular, donde sus habitantes poseen una cosmovisión distinta del mundo. Ese punto de vista, esa forma de mirar la naturaleza, la vida y a los mismos humanos se desvanece una vez que el último hablante se marcha.


Los cuentos, canciones y ritos de todo un pueblo dejan de existir al no haber quién los transmita y, mucho menos, quién los escuche. Y en algunos cientos de años –si el planeta sigue vivo para presenciarlo– cuando el 95% de la población hable chino-mandarín y el español sea una lengua en peligro de extinción, nuestros descendientes lamentarán el no poder exclamar “¿qué tranza?” al no existir nadie que responda, entusiasta: “carnal”.