El cine mexicano, al igual que muchas otras expresiones artísticas nacionales y extranjeras, ha cambiado, evolucionado —y se ha estancado— a través de los años. El arte no es estático; siempre está en movimiento, pues es un reflejo de las personas, la sociedad, las ideologías y todo lo que acontece en un determinado momento dentro de un mundo que jamás se detiene.
Y así como guerras, inquietud civil y desigualdad social han inspirado centenas de obras artísticas de toda índole, también el trabajo de artistas de época ha permeado en otros ámbitos de la cultura mundial, derivando en la creación de corrientes artísticas, géneros, subgéneros y modas, que, a su vez, engendran novedosas reinterpretaciones de lo que es el arte, y así sucesivamente; un Uróboros retroalimentado por un cúmulo de sucesos y puntos de vista.
Pero vayamos de lo universal a lo particular y de lo general a lo específico. Cerremos el marco de referencia para enfocarnos en el cine, especialmente en el producido en México a lo largo del siglo XX, para responder la pregunta que nadie se hizo nunca, jamás: ¿es realmente el cine de oro mexicano, “EL CINE DE ORO MEXICANO” ?, ¿o será que podemos atribuir ese tan característico mote a algún otro periodo de la cinematografía nacional?
¿Será este texto una vil y fútil retórica sin sentido, escrita por alguien con demasiado tiempo libre (y leído por otro alguien con todavía más tiempo libre) o acaso un audaz discurso que cuestiona las reglas universales de la lógica y el cosmos, mientras pone en tela de juicio las mismas fibras que entretejen la realidad? (Spoiler alert: será lo primero).
No todo lo que brilla es oro
En fin, comencemos por definir al “cine de oro mexicano”, o, para ser más formales y correctos: época de oro del cine mexicano. Básicamente se trata de la etapa de mayor auge, relevancia y trascendencia que lograra el séptimo arte nacional en toda su historia (o eso quieren hacernos creer). Esta se da entre la década de 1930 y hasta mediados de los 50, cuando una mezcla de creatividad, apoyo a las artes y un pequeño conflicto bélico de talla mundial dieron a México la oportunidad de alzarse como uno de los centros (refugios) artísticos más importantes del planeta.
La seminal obra Allá en el Rancho Grande (1936), dirigida por Fernando de Fuentes, tiene el honor de ser la iniciadora de una casi imparable ola de producciones nacionales que lanzaron al estrellato las carreras de decenas de directores, actores, actrices y hasta un cinefotógrafo cuyo trabajo ha inspirado a múltiples de realizadores en todo el mundo, incluyendo al galardonado Emmanuel Lubezki.
A través de cintas como Nosotros los Pobres, María Candelaria, Enamorada, Doña Bárbara, Cuando los Hijos se Van y Los Olvidados, por mencionar solo algunas, México se consolidó como una fuente estable de melodramas, comedias y epopeyas rancheras de donde surgieron figuras indelebles de la cultura popular nacional, como Cantinflas, Emilio “el Indio” Fernández, Jorge Negrete, María Félix, Gabriel Figueroa, Tin Tan, Sara García y Agustín Lara, entre muchos otros.
Un cine que trascendió
Incluso, personajes de renombre internacional, como Luis Buñuel y Salvador Dalí encontraron en México un resquicio de locura creativa en un mundo que se había vuelto loco de veras.
El cine abrió una ventana a un país del que poco se conocía; su sociedad, sufrida, pero siempre alegre; la lucha de clases entre los barrios de abolengo y los barrios bravos de la ciudad; el humor casi irónico con el que el mexicano mira su, a veces demasiada, dura realidad; y por supuesto, el realismo mágico que captura todo lo que implica vivir en un país de tantos contrastes, tantos colores y tantos compadres.
Obviamente, todo lo bueno tiene que terminar, y así tocó el turno de esta época dorada a la que los malos manejos, la sobresaturación y la recuperación económica de las potencias del medio, puso en un perpetuo estado de coma del cual jamás se recuperaría, a pesar de los múltiples intentos por revivir esas glorias pasadas por parte de las telenovelas —que se conformaron con recontar las mismas historias, pero con más escotes, cachetadas e inválidas que buenos guiones— y esa “nueva era del cine mexicano” caracterizado por dramas modernos, urbanos y muy provocativos, encabezados por películas como Sexo, Pudor y Lágrimas o Cilantro y Perejil en los 90.
Si quieres conocer más sobre el cine de oro mexicano de una época en que la psicodelia y el amor libre se apoderaban del mundo y el cine de luchadores era la moda, y también quieres conocer la historia de la famosa Lucha Villa, no te pierdas nuestro próximo capítulo.